El Gobierno contra el pueblo

Por: Elizabeth Monserrat (Chavela)

“Allí donde unos viven en la opulencia y otros padecen hambre, lo que domina no es la libertad sino la arbitrariedad. Allí donde los unos producen y los otros se benefician, está el mundo al revés. Allí no es el hombre, sino el lucro la medida de todas las cosas” La vida dicta su sentencia.

Cualquier forma de gobierno es producto de la sociedad de clases y la democracia no es la excepción. De esas entrañas nació hace siglos y se ha ido adaptando a las distintas variantes que le han impuesto el tiempo, las circunstancias y los sujetos sociales que van construyendo la historia. Más, sin embargo, su esencia conceptual es inseparable de la máxima que sostiene no ha existido, en ningún lugar y momento, modelo de organización política y social desprovista de intereses humanos contrapuestos. Así ocurre con la democracia liberal, en donde la lucha entre capital y trabajo provoca condiciones de vida con desigualdades abismales.

 En ese contexto, siempre publicitado por sus partidarios como remedio para todas las carencias y pobrezas que se han hecho eternas, suele suceder que se constituye una estructura social en donde del 1 al 5 por ciento de la población (Burguesía Roja-Rojita) se ubica piramidalmente en el peldaño más alto y dispone del 80 o más por ciento de la riqueza de la nación, además que, por tal consecuencia, se convierte en la elite o clase social que domina el poder político. Es decir, confirma la tesis, según la cual: “La política es expresión concentrada de la economía.” Ahora bien, ese ha sido el mismo sistema de gobierno que ha dirigido al país desde la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en 1958 hasta hoy. Es el mismo proyecto (con sus particularidades) que el Capital ha instaurado en todas partes en donde tiene su imperio y edifica el paraíso de los ricos, de sus adeptos y conmilitones, pero también en donde ha fundado el infierno para los trabajadores y sus familias. Allí, en ese mundo de contradicciones y de lucha de todos contra todos, sólo crece, aunque sea negado por el discurso oficial, la avaricia feroz por la ganancia y la sed de plustrabajo. Allí está la esencia del problema. En Venezuela, la democracia participativa y protagónica de la que tanto alardea el grupo gobernante, no pasa de ser más que un cuento de Hadas. Proclaman la supremacía de la Ley con libertad y justicia, en una supuesta sociedad de igualdad, cuando en realidad todo se reduce a un plan avieso para que las cosas transcurran bajo las órdenes y vigilancia de una especie de secta que controla al Partido, su Gobierno y a los miles de funcionarios estratégicamente ubicados en puestos claves de los cinco poderes públicos. Costosas campañas mediáticas, cuyos recursos bien pueden servir para atender problemas sociales urgentes, se encargan de disimular el asalto descarado que el capital comercial y especulativo hace a diario a los menguados salarios del trabajador, rendido y perturbado por el hambre y las carencias. En su lugar, se oficializa la especie de que todos los planes económicos previstos van viento en popa y que el único tropiezo que sufrimos es “una guerra económica impulsada por enemigos externos e internos que persiguen acabar con la suprema felicidad que disfrutamos.” En fin, tenemos un gobierno inigualable en el uso de los medios de comunicación, principalmente la televisión. En esos espacios, desde el Presidente hasta sus Alcaldes, ordenan, anuncian grandes proyectos que nunca concretan, amenazan, ofenden, reparten carantoñas, distribuyen derechos, favores y beneficios, niegan errores, recuerdan a Chávez y a Bolívar y les juran lealtad, hacen arengas a favor de los pobres, dictan sentencias de culpabilidad o de inocencias automáticas para que los órganos judiciales obedezcan, dan lineamientos a los demás poderes y los colocan bajo sujeción del Ejecutivo, aseguran que defenderán hasta la muerte la prosperidad que el pueblo ha alcanzado cumpliendo el legado que inmortalizó a los próceres, los lineamientos del Plan Patria y los preceptos de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Mientras tanto, millones de venezolanos se hunden en una espantosa penuria y carencia, sin que las políticas oficiales muestren signos alentadores de superación de una crisis económica que está resultando la más tenebrosa y profunda de cuantas se han vivido en casi seis décadas. En ese sentido, nada detiene al clan del capital comercial y financiero, especulativo y rentista que actúa con el moño suelto y nos estrangula con los desmesurados precios que, a cualquier hora y lugar, ilegalmente le colocan a todo lo que consumimos o de lo que nos servimos. Obviamente, se pretende que todos nos acostumbremos a mirar esa situación como algo normal y de que nos formemos unos valores de resignación permanente y ajena a una cultura gregaria y de esfuerzos colectivos, en donde no haya momento ni lugar para pensar en las causas ni en los causantes del desastre que ahora llevamos sobre nuestros hombros. Por eso, es grotesco y ridículo que la vocería gubernamental se la pase ofreciendo discursos, anuncios de planes, distribución de dádivas, criptomonedas, proclamas y promesas de que la situación mejorará, cuando sabemos que al final, como ya es costumbre que suceda, todo quedará en palabras sin respaldo en acciones, embelecos de falsas esperanzas que sólo alegrarán a los humildes el tiempo que dure la cadena presidencial en la que nunca falta el componente demagógico de que nuestra “democracia socialista y bolivariana” está haciendo lo correcto para enrumbarnos por senderos de paz, justicia y bienestar.

La realidad actual de nuestro país. Un porcentaje significativo de la población, excepto quienes disfrutan de las mieles del poder, están viviendo en condiciones de pobreza igual o peor que hace 20 años. Decir lo contrario es mentir descaradamente. La clase obrera, que en el pasado y con su lucha había arrancado conquistas a los patronos, privados o públicos, en el presente sus sindicatos se han vuelto pusilánimes, mediatizados y entregados a las directrices de quienes controlan todo el Estado. El capital industrial, bancario, financiero, comercial, especulativo y rentista, o como lo queramos categorizar, está regado como cáncer metastásico por todas partes y, en cada uno de los espacios en donde actúa, engulle como boa constrictor el salario de los trabajadores. Un rosario de problemas y angustias configuran la realidad infernal que nos rodea: la inflación es un cohete espacial que no tiene antecedentes históricos en el mundo, la migración de venezolanos hacia distintos países se calcula en más de 6 millones de almas, lo que representa aproximadamente el 18.5 % de la población global de la nación y dentro de ese porcentaje, el 51 % está comprendido entre edades de 18 y 24 años. Por supuesto, lo importante de todo esto es subrayar que la consecuencia de esa mutilación dolorosa que sufre la patria, parece no importarle a los gobernantes entre esa Diáspora miles de Profesionales y especialistas del Deporte Nacional; Sector bastante Golpeado y en Decadencia permanente. Por otra parte, miles de ciudadanos se agolpan y pernoctan noches y días a las afueras de bancos y expendios comerciales, soportando a veces lluvia, frio y sol y recibiendo maltratos de toda especie; cientos de Venezolanos mueren de mengua en los hospitales, cuyos centros de salud están casi todos colapsados por falta de profesionales médicos especializados, insumos y otros recursos; la escasez o el costo exorbitantes de los alimentos ha desatado el hambre y desnutrición en personas de todas las edades y por todas partes a diario se ven niños, jóvenes y adultos buscando en la basura algo de comer; la delincuencia es una plaga sin control donde el grueso de ese problema está inmerso un sector clave y vulnerable en el país la Juventud; la desaparición progresiva de dinero efectivo afecta el desenvolvimiento normal del quehacer productivo; el deterioro profundo de los servicios públicos y la corrupción que ha permeado todo el organismo social, provocan un creciente rechazo a la concepción ética del trabajo y en su lugar se ha instalado una cultura de la dádiva con la que se pretende atender la miseria extrema existente. Como consecuencia de ese maremágnum, se han agigantado las diferencias entre nuevos ricos rojos rojitos y han hecho al pobre más pobres: hay gente que acumula millones de capitales (e, incluso, con miles de millones) y otras, la inmensa mayoría, que apenas puede arreglárselas para sobrevivir en la inventiva diaria. Con semejante estado de cosas, no tengo la menor duda que en Venezuela estamos gobernados por una alianza de grupos políticos-militares-empresariales  Mafia integrada de pensamiento aberrantes, crueles y represivos, que no les importa la suerte de los que sufren, ya que si realmente estuviesen empeñados en transformar lo que hemos heredado y organizar un Estado popular, democrático y para los trabajadores, ocurriría que no sólo en la teoría, sino también en su práctica social y en los hechos concretos, estuviésemos presenciando resultados completamente distintos a los antes enunciados.

Obviamente, si el dominio de toda la actividad económica la siguen controlando las mafias políticas o alianzas suicidas para el País con proyectos históricamente fracasados, es absolutamente imposible que se concreten las múltiples formas de participación de la población  y de los trabajadores en el gobierno del Estado, sobre todo, en lo referente a la democracia en la producción.” De aquí que si el gobierno fuera realmente honesto y transparente en su Proyecto Iluso de práctica transformadora fuese dando nuevas formas de organización y corrigiendo las complejas y angustiantes situaciones de desigualdades socio-económicas que ya no se soportan. Por supuesto, no todas tienen porque pasar la prueba, pero la tendencia que debe prevalecer, en un verdadero proceso con esa orientación, es propiciar siempre la más amplia participación de las comunidades organizadas y toda la sociedad en la discusión y toma de decisiones para la solución de sus problemas económicos, sociales, políticos y culturales (Democracia Directa). Cuando los COMACATES insurgieron el 4F de 1992, Rafael Caldera, líder político de la corriente Social Cristiana, aprovechando circunstancias menos complejas a las que existen hoy, interpretó acertadamente el sentimiento popular y dijo en el Congreso de la República: “Es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia, cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer y de impedir el alza exorbitante en los costos de la subsistencia, cuando no ha sido capaz de poner un coto definitivo al morbo terrible de la corrupción, que a los ojos de todo el mundo está consumiendo todos los días la institucionalidad. Esta situación no se puede ocultar”. En la actualidad, la población venezolana sufre una pobreza de mayores proporciones y consecuencias que la vivida en 1992, y sería bien interesante que, a manera de reflexión crítica y autocrítica en torno a aquellos acontecimientos he allí una gran diferencia, nos atreviéramos a responder, sin evasivas ni excusas: ¿Será que es honesto y revolucionario condenar el hambre y la corrupción que sufrió el pueblo ayer y justificar las que soporta hoy? ¿Será suficiente con que un Estado se proclame Socialista para serlo? o ¿Será que la diferencia entre un modelo Liberal y uno Socialista está sólo en la proclama?

“Unos que todo lo pierden para que otros todo lo ganen”

Por: Elizabeth Monserrat (Chavela)

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